Hoy desperté en mi cama. Hoy prendí la
lámpara de mi buró y apagué la alarma de mi celular, no le puse snooze, sólo la apagué. Hoy vi el techo,
mi techo. Hoy puedo decir que tengo casa; hoy puedo decir que vivo en la Ciudad
de México, y me encanta.
El 6 de junio decidí que me iba de
Guadalajara; el 6 de junio decidí que le iba a dar una oportunidad a la
capital, a Ana Luisa en la capital. Dos meses de arreglarlo todo, de empacar,
de gestionar mudanza, de muchas chelas, lágrimas y berrinches. Decidí que me
iba y me fui. No fue fácil pero no quería que fuera fácil. Lo hice y lo hice
sola. Me han dicho que soy muy valiente y no lo había pensado así, pero sí. Soy
valiente y mucho. Pero también conté con mucha, muchísima ayuda. Amigos que me
ayudaron a cargar cajas llenas de libros pesadísimos aún con el pie lastimado y
que soportaron que les gritara horrible cuando Estafeta no se quiso llevar mi
mudanza como lo tenía planeado. Amigos que me vieron llorar, me escucharon
llorar, me sintieron llorar. Amigos que me regalaron abrazos, de esos que
penetran la piel y llegan al alma. Amigos que se desvelaron conmigo y me
hicieron sentir que todo estaba bien, que todo iba a estar bien; y lo está. Y
me despedí, sin eventos masivos, sin fiestas pero con palabras. ¿Me faltó
tiempo? Sí, pero fue justo como debía ser. The
more you spin around the less you move dice Keane.
Amigos que me recibieron con hot cakes y
café a las 6:30 de la mañana de un martes con dos maletas, un gato y ojos
todavía llorosos. Me enseñaron a usar el metro, a perderle el miedo a la gente
y a la inmensidad de esta ciudad. Amigos que en mi desesperación me demostraron
el tan desgastado “cuentas conmigo”. Llevo dos meses dándome cuenta que en verdad
estoy rodeada de personas que valen la pena, que importan, aportan.
Un mes en la ciudad. Un mes trabajando
lejísimos pero muy contenta. Amigos nuevos que me hicieron sentir menos sola en
la jornada de 8 horas; amigos que me hicieron más ligera la desesperación.
Amigos de siempre, de quesadillas y películas, de chismes y pláticas hasta las
3 de la mañana. Amigos que no sólo vieron desde fuera sino que compartieron mi
vivir. Y que lo siguen haciendo. Amigos que desde lejos me hacen sentir
acompañada, amigos de pláticas superfluas y de mucha profundidad, amigos de
verdad.
Tres departamentos fueron perfectos, no
sé cuántos eran viables y un chingo eran el “peoresnada”. Rechazo tras rechazo
y darme cuenta que los últimos años no son de a gratis, que esto es la vida
real, y no es para nada fácil. Y de pronto todo se acomodó, se coordinaron las
piezas faltantes y ya… lo logré.
Ser homeless un mes no fue fácil, pero
tampoco fue el fin del mundo. Ser homeless un mes me hizo darme cuenta que así
es esto, y ese fue sólo el primer bache. Y la satisfacción que siento hoy hace
que quiera caer en muchos baches. Lo hice. Lo hice. Lo hice.
Ayer me mudé, todo el mismo día. Con un
itinerario que me permitió lograrlo y me recuerda que ser organizada es de las
cosas que más me enorgullecen. Córrele a la bodega, firma y saca tus cosas. Que
las suban al camión (sí, en esta mudanza no cargué cajas, ¡A la chingada!) y
vámonos al departamento. Ya llegó el aval, ya llegó el dueño, ya llegó la
roomie. Ya no hay vuelta atrás. Esta es la llave de la calle, esta es la de la
chapa de arriba, la de en medio no sirve y la de hasta abajo es para mayor
seguridad. Huele a gas, voy a prender el bóiler. ¿Qué cuarto quieres? ¿Ya quedó
todo? Córrele por el resto de tus cosas, y el gato.
Hay que limpiar el sillón, tiene pelos de
gato. Subir las maletas al coche. Pon la dirección en el mapa. Vámonos. Sube
las maletas. ¿Qué orientación tendrá el cuarto? ¿La cama pegada a la pared, o
en medio? Ese foco tiene luz amarilla, a mí me gusta blanca.
“Gato, ¡tenemos casa, güey!”
Pero qué bonita se veía mi cama ya
vestida con sus sábanas moradas y sus quinientas almohadas. Pero qué rico se
sintió quedarme sola. Sola. Sin voces, ni si quiera la mía. Sin música ni ruido
de tele. Silencio que me hizo darme cuenta que estoy sola, que lo hice, que me
fui; y aquí estoy.
Hoy digo, valió la pena. Hoy sonrío como
hace muchísimo no lo hacía, hoy ya no me tiembla el ojo izquierdo. Hoy digo bring it on! Hoy me quiero comer el
mundo, hoy me lo como. Hoy todavía extraño a unos cuantos, ni tantos, la
verdad; pero duele y duele mucho. Y no va a dejar de doler, y no voy a dejar de
extrañar. Están quienes se atravesaron en mi camino y yo en el suyo, los que
añoraré conforme pase el tiempo, los que se van a diluir, los que dejarán un
recuerdo, que aunque lindo, efímero. Y están los que pesan, los que me hacen
llorar, los que siguen presentes en mi andar, los que trascienden. Y ellos no
se van, permanecen en el recuerdo y se cuelan en mi hoy y mi mañana; y son los
que más duelen pero que también me sacan la más honesta carcajada.
Hoy vivo en la Ciudad de México y me encanta.
Hoy soy parte de algo que se mueve, que muevo y me mueve.