Siempre tuve esas probaditas de amor.
De manera que sí sabía de qué se estaba tratando; sin embargo nunca lo viví en primera persona. Estuve ahí y me di cuenta de todo el proceso
del enamoramiento, sus fases, su evolución y su fin hasta caer en la rutina y
el hastío.
Pero nunca lo sentí. Quise convencerme de que sí lo hice, y hasta cierto punto a lo
mejor efímero
sí
pude haber estado ahí. Pero fueron probaditas, nunca más. Pequeñas salpicadas de esa magia que
acelera el corazón y te hace permanecer ahí, en espera de un día recibir la grandiosa recompensa a
una vida de pacientemente conformarse con el mínimo. El resultado fue la construcción de una idea: el amor es eso,
probaditas de perfección que se esfuman en el aire, volátiles, intangibles y pasajeras. Su
frecuencia fue disminuyendo conforme aumentó el tiempo, el cansancio, la apatía y la distancia. Poco a poco esas
probaditas se fueron transformando en un recuerdo vano y confuso, tanto que
llegué a
dudar de su existencia remota. ¿Qué tal que nunca pasó? ¿Qué tal que nunca lo sentí? el amor.
Y así como todo empezó un día se fue, sin mayor aviso ni precaución. Sin un letrero que le avisara a tu
mente que el corazón se declaró en huelga, ya no está dispuesto a obligarse a sentir. No
se vale. Si no es algo que se desea con el alma, ¿por qué insistir? Uno no puede forzar lo que
no es. No podemos inventar algo que no está ahí. Engañar al corazón es imposible, es como hacerle creer
al sol que está
obligado a dotar de vida y calor a otro sistema, otra galaxia que carece de
relevancia alguna.
Hasta que un día te quitan la venda de los ojos, la
manta rojinegra de huelga que estaba ocultando al corazón desaparece. Abres el alma y la
mente a una nueva posibilidad que va en contra de todos tus principios,
aquellas verdades que dabas por absolutas de pronto resultan absurdas, amar no
es tener acceso a esos instantes que te hacen seguir ahí, en ese camino previamente trazado
para tu transitar. No. ¿Cómo por qué debería ser así? Amar es entregarse, dar un salto al
vacío
sin si quiera pensar en la caída, en el golpe; eso no existe en el amor. Se
trata de vivir, de compartir, de arriesgarse sabiendo que no hay nada que
perder y todo por ganar, ya has ganado, estás ahí. En ese punto en el que volteas
hacia atrás sólo para darte cuenta de cuán vacía era tu vida antes de hoy. Amar es
poder ver en una sola dirección. Y no es hacia delante, ni atrás sino a un lado para contemplar a
esa persona que camina junto a ti sin importar el rumbo, quizá sin sentido alguno más que el de simplemente disfrutar el
viaje, ese tan anhelado momento en el que dos senderos chocan y se convierten en
un camino. Hoy me doy cuenta que amar es eso, un vuelco de dicha que regocija
al corazón y
le dota de fe y una infinita dosis de serenidad al saber que por fin ha
encontrado una razón para seguir latiendo y nunca, nunca parar.
1 comentario:
Roberto Benigni me recuerda a esta entrada. Que ya tienes una buena porcion de razon y con esta idea, se hace mas llevadera la vida.
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