Día 47
Ugh, babas otra vez. Estoy harto. ¿Qué la gente no puede simple y
sencillamente ingerir el líquido sin tener que depositar casi la misma cantidad
de saliva en mí luego de hacerlo? Parece que no. Noche tras noche debo soportar
no sólo el contacto con cientos de labios desconocidos sino que también me toca
servir de receptáculo para sus desagradables fluidos corporales.
¡Ay no! Ya vienen de nuevo.
–¡Salud!
Vértigo, mareo, huellas dactilares y más babas. A veces me
gustaría ser algo más que un medio de transporte del tequila; aunque me ha
tocado Ron, Whisky y hasta Vodka. Sí, soy un caballito. Uno de esos pequeños
vasitos de cristal que arduamente trabajamos en embriagar a la gente. Y así
pasa mi vida. Noches agitadas y días enteros reposando en alguna cubeta llena
de agua con cloro y jabón con un aroma lima-limón.
Día 102
Tenía mucho tiempo sin escribir y pido una disculpa por ello. Es
que tanto ha cambiado desde mi última noche en el bar. Ese día una chica un
tanto romántica decidió esconderme en su bolso luego de que el joven a dos
mesitas de distancia me mandara como obsequio con el mesero. Desde entonces,
vivo en la repisa más alta de un cuarto rosa y con paredes tapizadas de
fotografías, con cuadros y palabras. La verdad es que desde que estoy aquí me
aburro; nadie me hace caso más que una señora regordeta que con audífonos
puestos y poca entonación, viene en las mañanas a sacudirme y limpiarme el
polvo al igual que a los otros dos objetos con que comparto este minúsculo
espacio de madera barnizada.
Día 117
Hoy Sofi se enojó muchísimo con Marco. Lleva toda la tarde
llorando. Cuántas ganas me dan de ir y darle un abrazo. Porque a pesar de no
tener extremidades, en el bar solía ver cómo cuando una mujer llora, las demás
se le acercan con brazos extendidos, más tequila y frases como “Yo siempre supe
que él no era el bueno”. O “Él se lo pierde, nos tienes a nosotras”. Nunca
entendí ese afán de querer reemplazar una cosa por otra. Pero bueno, volviendo
a Sofi. Creo que nunca había visto a una niña tan desdichada. Ojalá mejore
pronto. Me gustaría ayudar; ni me importaría contener sus babas y mocos con tal
de que algo le hiciera sonreír como antes, aunque fuera el grado de alcohol del
líquido que me tocara contener.
Día 120
No sé ni para qué registro lo que pasa. ¿Cuál es el punto? Nada va
a cambiar sólo porque yo comparta las cosas. Aún así, no logré nunca aprender a
ser de esos que se quedan tranquilos viendo cómo a su alrededor todo pasa. De
cualquier manera creo que los hechos son irrelevantes. Hoy ya no habito la
repisa más alta del cuarto rosa. Estoy en una caja de cartón en lo que parece
ser la banqueta de una importante avenida (siempre escucho cláxons, el rechinar
de llantas al ser obligadas a frenar y de vez en cuando una que otra sirena de
policía o ambulancia). Hoy o mañana debe pasar el recolector de materiales
reciclables; oí a la mamá de Sofi decirle a su pequeño hermano que tenían que
sacar la caja que comparto con cientos de otros cristales rotos y una que otra
cerda de escoba plástica a la calle para que la llevaran a la fundidora.
Así es, me van a reciclar. Dejaré de ser yo para compartir esencia
con miles de desconocidos y formar parte de algo nuevo. No sé si todo esto me
recuerda a la resurrección hindú o a Frankenstein.
Día 128
Montoncitos azules, rojos, amarillos y verdosos. Así nos
clasifican. Yo como no encajo en ninguna gama de colores he sido apartado para
esperar que se junten suficientes “piezas” transparentes. Cruel. Ver como poco
a poco las pilas coloridas se van achicando hasta que los sobrantes son tan
pocos que son enviados de regreso a una caja, como yo, a esperar.
Día 140
Ya, ¿No? Es injusta la tortura, la soledad que me hace olvidar
cualquier pasado en que mi existencia fuera funcional. Hoy me descubro
extrañando el ardor del tequila, las huellas pegosteosas que me dejaban marcado
hasta por días. Confieso extrañar hasta las babas de todos aquellos
desconocidos que sin pensarlo se insertaron en mi historia. Melancolía que me
orilla a pensar en cómo uno puede en un instante perder su relevancia, su
quehacer en este mundo por el que lo damos todo pero que ni se percata de la
ausencia.
Día 150
No sé si volveré a escribir. Tengo miedo, no tiene caso ocultarlo.
Aún me cuestiono el porqué de las cosas. Si tan solo Sofi hubiera arrojado al
oso de peluche tan horrible y cursi, ese que reproducía una pegajosa melodía al
presionarle el coraz ón de tela que tenía cosido al pecho. Si
tan solo Marco no hubiera hecho lo que sea que hizo enfadar tanto a esta pobre
niña. O mejor aún, si nunca me hubieran usado de obsequio, de invitación a lo
formal, al cortejo y la pseudo caballerosidad. Pero hoy ya no queda nada. Ni si
quiera las ganas de querer volver.
Afortunado que soy de haber logrado lo que poco; huir de lo
cotidiano, sacrificar la vida por instantes de euforia que otorgan sentido a
los actos más banales. Me esfumo sabiendo que lo hago siendo más de lo que fui,
de lo que si quiera creí poder ser. Me llevo conmigo todo lo que he aprendido,
lo sufrido y lo que hoy y siempre me hará reír. Esa esperanza vacía en que un
día, que siempre parece muy lejano, las cosas mejorarán.
Día 1
Envuelto en papel de puntitos blancos y rojos hoy recibí un
paquete anónimo; y eso que no es mi cumpleaños ni fecha especial. Era una caja
con un caballito de tequila. ¿Creerá que soy alcohólica? Adjunta viene una nota
“para que te ahogues a gusto”. ¿Literal o en metáfora? Y es que me es tan
atinada esa modificación a la frase, es verdad que me ahogo en el mínimo. En caballitos
de tequila.
No hay comentarios:
Publicar un comentario