Paredes que nos impiden avanzar, que hacen que nuestro impulso y
velocidad se vean desperdiciados al tener que frenar en seco.
Paredes que golpean, hieren con la
realidad.
Chocar de frente y sin poner las manos,
cerrar los ojos para aminorar la impresión de aproximarse a la solidez de lo
impenetrable.
De madera, piedra, concreto, forradas de
algún cursi papel tapiz o construidas a partir de todos esos miedos que nunca
admitimos pero rigen nuestro existir. O a veces blancas y aburridas las paredes
que te indican debes desacelerar.
A veces sólo basta con acariciarlas un
poco, hablarles bonito. Siempre tan solas las pobres paredes, no les queda otra
opción que forzar una compañía al detener a quiénes pretenden seguir un camino.
Paredes que te enseñan a tomar una pausa para redefinir el curso de tus pasos,
que te obligan a pensar, al menos en cómo evadirlas.
Paredes crueles, sí, también de esas
hay. Que te recuerdan todo lo que desde el día uno haz hecho mal; que te
chantajean y hacen creer que hasta aquí llegaste y no hay más allá. Paredes que
ocultan lo que aún puedes llegar a ser, que se enfocan en convencerte de que el
curso de tus acciones te ha traído hasta este punto y ya, se acabó.
Son éstas las paredes que debemos
derribar, aunque es difícil pues son astutas. Disfrazadas del entorno, no te
das cuenta que estás frente a un muro y ya; aparentan formar parte de lo real,
evidenciando un final supuestamente merecido y circunstancial. Cuando la verdad
es que con un golpecito se caen.
Pero, ¿quién da patadas al aire?
1 comentario:
Hasta las paredes mas gruesas son atravesadas por las mas pequeñas cosas.
Lunetas
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