Sentir. Tal pareciera que muchas veces asumimos que al vivir
sentimos. Y es que sí, de manera literal sí sentimos. Sentimos calor, sentimos frío,
sentimos el dolor de un golpe, una caricia, lo áspero que puede llegar a ser el bloque de
concreto en que te sentaste una noche de mayo hace ya muchos años a medianoche
a tomar una decisión a la que te llevó un impulso. Y a eso voy, ¿En qué
terminaciones nerviosas se sienten los impulsos? Lo que se desea, lo que
lastima pero tu cuerpo no logra identificar su proceder. Ese sentir pasa desapercibido. Pasa que al sentir nos volvemos vulnerables, es el precio que se debe
pagar para ser capaces de percibir lo que de otra manera nos es ajeno, todo ya
sea bueno o malo. Da miedo el saberse vulnerables, es saber que estamos en
posición tanto de experimentar lo mejor que hay pero también estamos expuestos
a sufrir como nunca antes y sin poner ningún tipo de resistencia. Tal pareciera
que no vale la pena el riesgo, que es mejor vivir a la segura, controlando cada
movimiento de manera racional, mantener las emociones bajo control y sin que
las cosas se alteren tanto que se nos vayan de las manos como globos en una tarde ventosa. Sí, puede ser un
método eficaz de evitar el dolor aparentemente innecesario que conlleva el mostrarse
libre y sin protecciones; ¿Sin embargo dónde queda la satisfacción de haberlo
logrado?
He aprendido que se puede tener un absoluto dominio sobre muchas
cosas, sobre todo en materia de uno mismo, pero hay ciertos aspectos que
pareciera deben dejarse intactos. Al mantenerse al margen de ese sentir se
evita el sufrimiento a causa de las decepciones de lo que no está en nuestras
manos pero también se aíslan todas esas emociones provenientes de lo
inesperado, lo que te llega de sorpresa y voltea tu lista de notas de cabeza,
que llega de nosédónde a replantear
todas esas ideas que según tú tenías tan afianzadas que hasta dabas por hecho
como esa fórmula algebraica que verdaderamente nunca comprendiste pero
recitabas como si fuera tu fecha de nacimiento en la entrada del antro.
No me queda muy clara la procedencia de esta certeza pero me
parece que es mejor arriesgarse, al menos así pienso hoy. Preferible sufrir
sabiendo que diste todo lo que tenías que dar, que sentiste todo lo que pudiste
sentir. Y que los cuestionamientos de lo que fue y lo que pudo ser no importen.
Fue o no fue. No se trata de dejarlo todo al aire con un desdén despreocupado
sino de aprender que a veces esas pequeñas dosis de realidad intacta son lo que
nos enseña que hay de todo, sentires buenos, rosas y con una amplia variedad de
mariposas de distintas especies y que también los hay hostiles y fríos como cuando
descubres lo que se siente que te digan “Hasta aquí” sin importar tu
determinación, voluntad y entrega de todo lo que quedó sin descubrirse, todo lo
que no se puso en riesgo porque no se dio la oportunidad.
Heme aquí, aterrada pero dispuesta a todo lo que implique salir de
este encierro en que mi ser ha estado recluido. ¿Consecuencias? ¿Recompensas?
No lo sé, quisiera no querer saberlo pero me estaría mintiendo descaradamente,
pero eso no importa, de lo que se trata todo esto es de tomar la decisión de
por primera vez, no tomar ninguna y dejar que los actos se den por sí mismos
con base en lo que a lo largo del camino has decidido crear de ti mismo.