Abril
yo siempre lo vi amarillo, no sé si sea al asociar las palabras o porque en
verdad así es. Amarillas las flores, amarillo el sol y el ánimo. ¿Hace cuántos
abriles que estoy aquí? Pareciera que ya han pasado diez años; y sin embargo
no, o a lo mejor sí y yo no lo veo, perdí noción.
Recuerdo
las flores en la universidad, las deliciosas brisas de un aire fresco que
revitaliza mi sentir. Abril con sus cielos tan azules infestados por una plaga
de nubes que de tan blancas, te incitan a tomar un baño con agua fría y
recostarte sobre ellas. Abril en el que se me antoja un mango, as
í solito, sin chile, limón ni sal.
Abril
de Tapalpa, mentiras piadosas, sonrisas coquetas y minifaldas. Abril de cantar
Arjona a todo pulmón en un convertible rojo; abril de quedarme en el jardín mil
horas en una plática superflua mientras los mosquitos me devoran a besos, de
esos que duelen un poco.
De sentarme
en el alféizar de la ventana de un segundo piso a pintarme las uñas de los
pies, de llorar por miedo a tomar la decisión equivocada; de querer ir a la
playa; de tomarme una taza de café viendo a la gente que existe detrás del
cristal.
Abriles
que en sus treinta días condensan tanto, que deleitan con la algarabía de ser
la antesala al verano. Abril del cambio de horario, de que el reloj una noche
fresca e impulsiva nos robe una hora y que no nos importe, porque a final de
cuentas abril no es más que uno de doce; y el tiempo a mí me gustaría que me
valiera madre.
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