Letras que escriben, que casi hablan. ¿Y si les dibujo una boca?
No. Perderían su valor. Cualquiera las podría comprender, se tornarían
sencillas, huecas. No me gustan las letras convencionales, comerciales. Mis letras
dicen mucho de mí. Desde la suave manera en que las plasmo en papel, con
cariño, despacio como si me aterrara despojarme de ellas. Las dibujo con
cautela, una-por-una. Con la dedicación que se merecen; uno nunca sabe hasta
dónde llegarán, hay que ponerlas bonitas, engalanadas y soberbias a estas
letras mías. Cada una es una extensión de mi persona, mi representación en un
papel así que hay que elegirlas con cautela (ven ese conjunto ya tuvo su
momento) precisión.
Podría parecer que una letra no dice nada por sí misma. Pero ¿Qué
tal en grupo? Ah, las palabras nacen de ellas. Palabras que ríen , que
platican, cuentan, confían, describen, juegan, engañan y hieren. Una palabra
puede tener mil y un implicaciones. Son atributos que les otorgamos y que de
manera inconsciente nos remontan a algo que quizás a nadie más le haga sentido,
o al menos no el mismo que a ti. Y esto es completamente personal, subjetivo y
vinculado a nuestras propias memorias y significaciones; algunas compartidas únicas
e irrepetibles.
Mis letras cuentan la historia que aún se escribe, lo que pasa con
cada movimiento de las manecillas, con cada hoja que cae y que luego cruje al
ser pisada en el jardín. Veo imposible recrear un momento; porque aunque se
representen los sucesos y el entorno no hay expresión suficiente para el sentir
que pertenece a ese momento. Para eso tengo a las letras que me ayudan a
plasmar mi sentir, de manera que permanezca con la ilusión de un día volverlo a
vivir, en otro momento.
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