Semanas queriendo ir, había ido una vez hace varios años y me
quedé con el recuerdo de un lugar donde todo es posible y sobre todo,
aceptable. Pues volví a ir, esta vez con una perspectiva distinta porque siete
semestres de comunicación en el iteso te cambian el modo de percibir el
entorno. Llegué en tren ligero, como mi ubicación espacial es pésima pedí
direcciones sobre qué camión tomar para llegar a la Av. 16 de Septiembre y me
preguntaron que si iba al tiangüis, (¿acaso tengo el perfil de quien ahí va? ¿Hay
un perfil?) el consejo fue que mejor caminara. A los quince minutos comienzo a
oír los tambores y a ver cualquier tipo de gente caminando por las calles,
muchos en dirección contraria a la mía puesto que era ya la una de la tarde.
Llegué y lo primero que percibí fue un olor dulzón como a hot
cakes de esos que no son de cajita. Me acerqué y vi que hacían unos panecitos
rellenos de nata, chocolate y cajeta, como no había desayunado compré uno y
otro paquete para llevar a mi casa a compartir; mi primera compra fue de 20
pesos. Ya envuelta en una atmósfera de barullo mezclado con tranquilidad seguí
caminando hacia adentro de los pasillos. Colores llamativos, con el verde,
amarillo y rojo sobresalientes. Olía delicioso a incienso mezclado con comida y
patchouli. Me acerqué creo que a todos los tipos de puestos, había desde ropa
(todos tenían la misma por cierto) hasta artesanías, lugares para tatuarse,
perforarse y hacer rastas, trenzas y todo lo bizarro que pudieras imaginar.
Pude platicar con varias personas y me di cuenta que el tiangüis cultural es
más que nada un espacio en que predomina la diversidad.
Y es que hay de todo. Vi turistas hablando en francés con cara de
entusiasmo y asombro al conocer un México que no venía incluido en su guía de
turistas, vi niñas “fresas” con una sonrisa encubriendo miedo hacia su
integridad (¿o acaso hacia su moral?), también había hippies, indígenas, darks
y creo que personajes de cualquier tribu urbana de Guadalajara. Y yo, que no me
encuentro clasificación pero que seguro desde fuera si se me podría otorgar.
Compré pulseritas, una
que otra blusa, aretes de flores encapsuladas, velas y hasta un libro de Vargas
Llosa por 70 pesos. Tuve que irme porque mi dinero se agotó y yo lo quería
todo, no sin antes tomar una que otra fotografía del entorno, las comparto así
como mi invitación a visitar este pequeñísimo lugar en que coexisten distintos
ejemplares de la sociedad tapatía.
Al alejarme regresé a la realidad de una Guadalajara que aunque
relajada, sí con un ritmo de vida distinto al de ese espacio. Tomé un camión en
Av. La Paz que en tan sólo 20min me dejó a dos cuadras de mi casa. Increíble
pensar en como tan sólo unos cuantos pasos pueden cambiar por completo el
entorno. Un sábado diferente que me dejó con buen sabor de boca, calor, ganas
de bañarme y una gran sonrisa.
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