viernes, 5 de octubre de 2012

Una fiesta para los sentidos


Semanas queriendo ir, había ido una vez hace varios años y me quedé con el recuerdo de un lugar donde todo es posible y sobre todo, aceptable. Pues volví a ir, esta vez con una perspectiva distinta porque siete semestres de comunicación en el iteso te cambian el modo de percibir el entorno. Llegué en tren ligero, como mi ubicación espacial es pésima pedí direcciones sobre qué camión tomar para llegar a la Av. 16 de Septiembre y me preguntaron que si iba al tiangüis, (¿acaso tengo el perfil de quien ahí va? ¿Hay un perfil?) el consejo fue que mejor caminara. A los quince minutos comienzo a oír los tambores y a ver cualquier tipo de gente caminando por las calles, muchos en dirección contraria a la mía puesto que era ya la una de la tarde.

Llegué y lo primero que percibí fue un olor dulzón como a hot cakes de esos que no son de cajita. Me acerqué y vi que hacían unos panecitos rellenos de nata, chocolate y cajeta, como no había desayunado compré uno y otro paquete para llevar a mi casa a compartir; mi primera compra fue de 20 pesos. Ya envuelta en una atmósfera de barullo mezclado con tranquilidad seguí caminando hacia adentro de los pasillos. Colores llamativos, con el verde, amarillo y rojo sobresalientes. Olía delicioso a incienso mezclado con comida y patchouli. Me acerqué creo que a todos los tipos de puestos, había desde ropa (todos tenían la misma por cierto) hasta artesanías, lugares para tatuarse, perforarse y hacer rastas, trenzas y todo lo bizarro que pudieras imaginar. Pude platicar con varias personas y me di cuenta que el tiangüis cultural es más que nada un espacio en que predomina la diversidad.

Y es que hay de todo. Vi turistas hablando en francés con cara de entusiasmo y asombro al conocer un México que no venía incluido en su guía de turistas, vi niñas “fresas” con una sonrisa encubriendo miedo hacia su integridad (¿o acaso hacia su moral?), también había hippies, indígenas, darks y creo que personajes de cualquier tribu urbana de Guadalajara. Y yo, que no me encuentro clasificación pero que seguro desde fuera si se me podría otorgar.
Compré pulseritas, una que otra blusa, aretes de flores encapsuladas, velas y hasta un libro de Vargas Llosa por 70 pesos. Tuve que irme porque mi dinero se agotó y yo lo quería todo, no sin antes tomar una que otra fotografía del entorno, las comparto así como mi invitación a visitar este pequeñísimo lugar en que coexisten distintos ejemplares de la sociedad tapatía.

Al alejarme regresé a la realidad de una Guadalajara que aunque relajada, sí con un ritmo de vida distinto al de ese espacio. Tomé un camión en Av. La Paz que en tan sólo 20min me dejó a dos cuadras de mi casa. Increíble pensar en como tan sólo unos cuantos pasos pueden cambiar por completo el entorno. Un sábado diferente que me dejó con buen sabor de boca, calor, ganas de bañarme y una gran sonrisa. 

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