Extiende los brazos, no mires hacia abajo; nunca mires hacia
abajo. Cabeza erguida y todos tus pensamientos dirigiéndote hacia delante. Ideas
que como magnetos te jalan hacia abajo, tu mantén esa tan rígida postura, la
que nadie tiene pero todos buscan.
Casi llegas, piensa todo lo que te trajo hasta aquí, bueno y malo.
Pero no te detengas, puedes caer y recuerda, aquí no hay escaleras. Te duelen
los pies, el alma y el recuerdo. Frente a tus ojos dos imágenes que se
superponen, lo que dejó de ser y lo que es más no comprendes, no controlas. Y lo
que mueres por ver, lo que será; a eso no tienes acceso, quizá es para tu bien,
te distraería y perderías el equilibrio.
Sobre ti hay nubes que reflejan los mil y un colores de este el
ocaso del hoy, quisieras contemplar esa danza de color, de formas y espectros
que tu imaginación crea a partir de lo que un día dibujó esa sonrisa en tu
rostro, o empujó lágrimas inocentes al precipicio de pestañas que teñidas de
negro dejan un rastro sobre la planicie de pecas diminutas que dan personalidad
a ese rostro, hoy tan ansioso y exhausto a la vez.
Mantén la vista al frente, lleva contigo lo vivido, lo que
deseaste y no tuvo lugar para cumplirse, todo lo que un día te hirió, no lo
dejes porque eso sería suprimirlo y el sufrimiento no habría servido de nada. Llévalo
pero no como carga sino a manera de impulso, propulsor hacia lo que será,
conviértelo en ese motor que encienda las fibras más sensibles de tu cuerpo,
que te lleve a conseguirlo. Todo eso que te faltó.
¿Qué hay debajo? Verdaderamente no tiene importancia, te dije que
no miraras. Quizá nunca lo sabrás, quizá sí. La gravedad es una fuerza, irónico
que siempre sea la debilidad lo que nos lleve hacia abajo y nos impida admirar
la belleza de las nubes que incandescentes remiten a un frío atardecer en que
diste cuenta de la magnitud de todo esto, del estar vivo.