Siempre he pensado que tirarse al suelo a observar el infinito
cielo estrellado es de las cosas más sencillamente bellas que hay. Lo sostengo.
Y es que tan solo ponerse a pensar en lo minúsculo que es nuestro existir hace
que todo parezca menos trágico. Es cuestión de perspectiva. Estrellas que desde
el pasado brillan hoy frente a estos ojos que buscando una respuesta, observan,
observan. Y es que cada vez pasamos menos tiempo en silencio, sin pantallas,
sin la tranquilidad que produce el recostar la cabeza contra el pavimento y
simplemente dejarlo todo ir, respirar hasta sentir que el alma te va a
explotar. Es ahí cuando verdaderamente aprendes a dejar las cosas ir, cuando te
sitúas como parte de esta enorme realidad en la que todo pasa, y al mismo
tiempo, no pasa nada. Y no es resignación sino serenidad, al saber que la vida sigue
sin importar tu actitud ante ella. En ocasiones el saberte irrelevante es justo
lo que necesitas para seguir andando, con la vista en alto, mirando las
estrellas cada vez que encuentras sobre ti este hermoso cielo negro que
encierra las miradas de quien como tú, busca una respuesta en lo que desconoce.
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