viernes, 11 de enero de 2013

Paredes


Paredes que nos impiden avanzar, que hacen que nuestro impulso y velocidad se vean desperdiciados al tener que frenar en seco.

Paredes que golpean, hieren con la realidad.

Chocar de frente y sin poner las manos, cerrar los ojos para aminorar la impresión de aproximarse a la solidez de lo impenetrable.

De madera, piedra, concreto, forradas de algún cursi papel tapiz o construidas a partir de todos esos miedos que nunca admitimos pero rigen nuestro existir. O a veces blancas y aburridas las paredes que te indican debes desacelerar.

A veces sólo basta con acariciarlas un poco, hablarles bonito. Siempre tan solas las pobres paredes, no les queda otra opción que forzar una compañía al detener a quiénes pretenden seguir un camino. Paredes que te enseñan a tomar una pausa para redefinir el curso de tus pasos, que te obligan a pensar, al menos en cómo evadirlas.

Paredes crueles, sí, también de esas hay. Que te recuerdan todo lo que desde el día uno haz hecho mal; que te chantajean y hacen creer que hasta aquí llegaste y no hay más allá. Paredes que ocultan lo que aún puedes llegar a ser, que se enfocan en convencerte de que el curso de tus acciones te ha traído hasta este punto y ya, se acabó.

Son éstas las paredes que debemos derribar, aunque es difícil pues son astutas. Disfrazadas del entorno, no te das cuenta que estás frente a un muro y ya; aparentan formar parte de lo real, evidenciando un final supuestamente merecido y circunstancial. Cuando la verdad es que con un golpecito se caen.

Pero, ¿quién da patadas al aire?