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jueves, 22 de noviembre de 2012

Simetría perfecta


Balas que no son culpables de cuerpos tendidos en el pavimento; inertes, sin vida y con una historia inconclusa plasmada en las retinas.  Se dice que el arma no es la que mata. Son éstas tan sólo el medio para llegar a un fin, tristes mercenarias obligadas al más repudiado oficio, jugar a ser Dios.

Armas que perforan, que se insertan en materia generando orificios por los que se escapa esa vida que durante tanto tiempo permaneció aprisionada. Importancia que reside en el dueño de la mano que presiona el gatillo, ¿Quién es?, ¿Qué busca?

Pistolas, rifles, metralletas que fungen como métodos; tan comunes que ni siquiera llaman nuestra atención, al menos no como solían hacerlo. Arte con armas. ¿Ironía o complemento? Búsqueda de lo que se dice más allá de las palabras, en las fotografías en carpetas tamaño oficio, en los ecos sordos de aquél disparo que ha arrebatado una vida a costa de otra. Balas que mueren, balas suicidas, balas que hieren, matan y olvidan; se olvidan.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Muerte en proporción


Tacones enterrados en el césped, incómodos bobitos que revolotean por tu cara y no te dejan hablar por temor a que uno decida entrar a echar un vistazo a tu boca. Desproporcionados lentes oscuros y aunque negro, entallado vestido de diseñador que en el baño presumes a esa prima “Me lo trajo Julio de su último viaje de negocios a Milán”.

Pasarela de parientes lejanos y conocidos que cual actores de Televisa pasan frente a ti con cara no de que se hubiera muerto la abuelita, peor. Cara de tristeza extrema al recibir hoy jueves por la mañana , el suplemento social del peridic﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽l perijueves por la mañana , el suplemento Televisa pasan frente a ti con cara no de que se hubiera muerto la abuelitaódico para ver que en vez de publicar las fotos de la Primera Comunión de la beba, en primera plana sale una señora  hubiera muerto la abuelitaale una seotos de la Primera Comunicirente a ti con cara no de que se hubiera muerto la abuelitañora sin chiste en un eventillo creo que del cáncer de mama.

Escenario de pretensiones, lágrimas de cocodrilo y zapatos con piel del mismo. Aquí lo hay todo menos muerte, y si la hay, la verdad es muy discreta.

A no muchos kilómetros, con mandil de flores verdes y vestido bombacho a cuadros, Doña Claudia se arroja al pavimento desgarrando la gruesa piel de unas percudidas rodillas, cansadas de soportar el peso de la vida, propia y ajena.

–¡Me lo mataron! Esos hijos de la chingada me mataron a mi Joaco. Ay pero qué muchacho tan pendejo, yo le dije que no lo hiciera, que iba a acabar en la cárcel como su hermano El Toño. Pero nunca creí que me lo iban a matar. Y ahora, ¿Quién le va a dar de comer a los hijos, las suegras y hasta los pollos? Esos pinches pollos que nomás tragan y no me dejan hacer el quehacer. –“Vamos a vender los huevos jefita, nos vamos a hacer más ricos que los de la Bachoco, palabra de Dios”. Pues ahora, ni pollos, ni hijos, ni huevos.

–Vámonos Doña Claus, que no tardan en llegar los de la federal y pa’ que quiere más problemas, déjele la medallita y vámonos a la casa que aquí ya empezó a llegar mucha gente.

Muerte. ¿Fin o principio? ¿Clímax o desenlace? La muerte de la abuelita de noventa y cuatro años es tragedia y motivo de decenas de obituarios mientras que el asesinato del Joaco es una cifra más de la lucha contra el narco. Número decimal, centesimal, milesimal. ¿Qué tanto significa?

Hoy recordamos a los muertos, les lloramos con lágrimas de nostalgia obligada. Es genuino, no digo que no. Pero, ¿Qué pasaría si hubiera un obituario por cada alma que parte al día?

–Llévelo, llévelo, el nuevo periódico nacional. Nombre cara y profesión de cada uno de los mártires de esta bélica búsqueda por recuperar la paz que en algún momento creímos tener. Está de promoción, tan sólo tres pesitos y es de tiraje diario.

*CAT 0 % informativo. Las ganancias de este producto van directo a la construcción de un nuevo cementerio. Ya casi como el Teletón estamos inaugurando dos al año. Ayúdanos a llegar a la meta con tu apoyo.

martes, 13 de marzo de 2012

El viaje

Le tiemblan las manos, con ojos vidriosos mira a su alrededor buscando respuestas y lo único que puede ver son luces. Tan brillantes que lo ciegan e impiden que vea su camino. Tambalea por las calles sin rumbo y torpemente, choca con un sujeto desconocido, no reacciona, se desploma en una banca a esperar. Pero ¿qué espera?. Un camión se detiene frente a él, Jorge lo ve, o al menos eso intenta pero no logra distinguir de entre las sombras. Permanece ahí por lo que parece ser más de una hora. Alguien le habla, se esfuerza por comprender lo que le dicen y sólo consigue rescatar una frase: "Es la última ronda, ¿te subes?". Mira hacia arriba y se topa con un cielo negro sin estrellas, iluminado únicamente por las luces de la gran ciudad, semáforos, oficinas que aún no han cerrado y autos, tantos autos que transitan por las calles, que las saturan e impiden caminar. Autos deportivos, autos lujosos, autos grandes, chicos y autos ostentosos. Tal parece que se adecuan a la personalidad de cada persona, o refuerzan esa identidad construida por cada quien de lo que se gustaría ser. 

Sube al camión. Un pie y luego el otro, se sujeta del barandal con una mano y con la otra busca en sus bolsillos. No sabe qué puede haber ahí dentro. Ha pasado tanto tiempo desde que dejó de realizar esas actividades mundanas, que otorgan de cotidianidad al día a día que su mente se ha dejado de preocupar por banalidades como dinero para el camión o si ya se estrenó en el cine aquella película que había prometido ir a ver. El conductor lo observa con una mezcla de lástima y desesperación, con una seña le indica que no hay problema que tome un lugar. Prisa por llegar a su casa con su mujer, quizá alcance a ayudar a los niños con su tarea antes de que llegue su hora de dormir. La prisa es algo que Jorge dejó de percibir hace mucho tiempo, no hay necesidad de apresurar nada, al fin y al cabo no se dirige a ningún lado, nadie le espera. 

Hace lo que se le ha pedido, elige un asiento al final del camión, en la ventana. Mira a través de ella, nuevamente se nubla su visión por la luz, y por todos esos recuerdos que no consigue evadir; por la culpa de no haber hecho algo más. Entre un sinfín de imágenes que transitan por su mente, descubre una lágrima que ha llegado a la comisura de sus labios. Una única lágrima que manifiesta todo su dolor. El camión se detiene, sube una pareja que lo ve con recelo, se sientan apartados de aquél hombre que transmite una enorme desdicha y pesar. A final de cuentas nadie nunca quiere compartir la tristeza, solemos hacerlo por compromiso, amor, empatía o culpabilidad; pero no nos gusta. Jorge se encuentra solo. Es acompañado únicamente por los recuerdos de lo que algún día fue su vida. Ha decidido no hacerse más daño soñando con lo que pudo ser, con todos los planes truncados; hoy su vida se resume a este instante en el camión. 

viernes, 20 de mayo de 2011

Culminación de la vida que nace

Luz, cuánta luz. Una mañana distinta y al mismo tiempo convencional, igual a cualquier otra. Rutina, ah la rutina. Mateo realiza las mismas tareas de cada mañana de la misma metódica manera. Sin embargo, este día es distinto, ya se percibe un aroma peculiar en el aire al momento que Mateo maneja su Volkswagen modelo 83 camino a la oficina. Su cuerpo siente un cambio, se percata de que algo está mal, algo pasa. Café, llaves, maletín, almuerzo, abrigo y sombrero. Lo trae todo, no ha olvidado nada; trata de convencerse a sí mismo que todo está en orden, aun así la inquietud sigue presente pero se disipa al arribar a una de las avenidas más transitadas de la ciudad de Nueva York. 

La vida es algo fugaz y efímero, si no se percata uno de que se está viviendo probablemente se termine de pronto y sin previo aviso. Así le sucede a Mateo en este tan normal día, pero él aún no se da cuenta de ello. 

Hoy Mateo se encuentra de mejor humor de lo normal, ingresa al edificio saludando a quien se tope y con una sonrisa que delata su inusual felicidad. Diecisiete pisos que generalmente sube en el elevador que comparte con otros siete u ocho sujetos, siempre sin hablar, siempre sin sonreír. Hoy asciende hasta su oficina en el piso diecisiete de una manera inusitada, utilizando las escaleras. Convencionales, siempre tan comunes, tanto que nunca había pisado si quiera el primer escalón.  Pero hoy es un día distinto, Mateo lo está haciendo todo de una manera que la noche anterior nunca hubiera imaginado, es como si durante la noche se hubiera convertido en una persona nueva sin si quiera darse cuenta de ello. Cuántos años trabajando en el mismo sitio, realizando los mismos actos día tras día sin el más mínimo cambio. Una vida sin sentido, cumpliendo lo que todos esperan de él, pero sin tener idea qué es lo que él espera de sí mismo. 47 años de una vida desperdiciada, de días que comienzan y terminan sin mayor importancia. Es miércoles, un día común y corriente pero que de alguna manera ha cambiado la perspectiva desde la cual este hombre ve el mundo, vive el mundo y se vive a sí mismo. No sucede nada específico que haya provocado este cambio, pero sucede y eso es lo que importa.

Feliz, inmensamente feliz, así es como se siente Mateo al subir los escalones del piso número 12. Sus pantorrillas arden a raíz del esfuerzo físico que está realizando, su corazón palpita a un ritmo más acelerado de lo normal, pero aunque su cuerpo está agotado, él no lo siente. No es capaz de sentir nada más que esa profunda felicidad que inunda su alma, que le hace sentir que su vida ha comenzado a tener sentido, que lo que ha hecho a lo largo de los años es por una razón y que no merece vivir de la miserable manera en que lo hace. Piso 16. Ya casi llega. Pero, ¿a dónde llega? A la oficina, eso es evidente, pero ahora que su existencia ha adquirido un nuevo sentido, ¿verdaderamente debería estar ahí? Mateo se da cuenta que no pertenece en ese sitio, que de hecho no pertenece a ningún lugar en el que haya estado a lo largo de toda su vida. Súbitamente su vida ha cobrado sentido, sin embargo al mismo tiempo pierde toda noción de realidad.

Al encontrarse con la puerta que al abrirse daría paso al piso diecisiete Mateo se detiene, sabe que al momento que cruce ese umbral su vida cambiará, de pronto cobra consciencia de que su vida terminará en cualquier instante. Le quedan unos cuantos segundos, quizás un minuto más de existencia en este mundo, en esta realidad que apenas hace algunas horas ha adquirido un sentido. Toma la manija de la puerta, un profundo suspiro, un beso mental a su amada esposa, a sus hijas y a sí mismo, a ese Mateo que está a punto de desaparecer, de fugarse de la vida, del mundo y de todo lo que ha conocido. Se abre la puerta, entra una fortísima ráfaga de viento cálido, y luego, el abismo.