miércoles, 6 de agosto de 2014

Pausa, y adelante

Hoy desperté en mi cama. Hoy prendí la lámpara de mi buró y apagué la alarma de mi celular, no le puse snooze, sólo la apagué. Hoy vi el techo, mi techo. Hoy puedo decir que tengo casa; hoy puedo decir que vivo en la Ciudad de México, y me encanta.

El 6 de junio decidí que me iba de Guadalajara; el 6 de junio decidí que le iba a dar una oportunidad a la capital, a Ana Luisa en la capital. Dos meses de arreglarlo todo, de empacar, de gestionar mudanza, de muchas chelas, lágrimas y berrinches. Decidí que me iba y me fui. No fue fácil pero no quería que fuera fácil. Lo hice y lo hice sola. Me han dicho que soy muy valiente y no lo había pensado así, pero sí. Soy valiente y mucho. Pero también conté con mucha, muchísima ayuda. Amigos que me ayudaron a cargar cajas llenas de libros pesadísimos aún con el pie lastimado y que soportaron que les gritara horrible cuando Estafeta no se quiso llevar mi mudanza como lo tenía planeado. Amigos que me vieron llorar, me escucharon llorar, me sintieron llorar. Amigos que me regalaron abrazos, de esos que penetran la piel y llegan al alma. Amigos que se desvelaron conmigo y me hicieron sentir que todo estaba bien, que todo iba a estar bien; y lo está. Y me despedí, sin eventos masivos, sin fiestas pero con palabras. ¿Me faltó tiempo? Sí, pero fue justo como debía ser. The more you spin around the less you move dice Keane.

Amigos que me recibieron con hot cakes y café a las 6:30 de la mañana de un martes con dos maletas, un gato y ojos todavía llorosos. Me enseñaron a usar el metro, a perderle el miedo a la gente y a la inmensidad de esta ciudad. Amigos que en mi desesperación me demostraron el tan desgastado “cuentas conmigo”.  Llevo dos meses dándome cuenta que en verdad estoy rodeada de personas que valen la pena, que importan, aportan.

Un mes en la ciudad. Un mes trabajando lejísimos pero muy contenta. Amigos nuevos que me hicieron sentir menos sola en la jornada de 8 horas; amigos que me hicieron más ligera la desesperación. Amigos de siempre, de quesadillas y películas, de chismes y pláticas hasta las 3 de la mañana. Amigos que no sólo vieron desde fuera sino que compartieron mi vivir. Y que lo siguen haciendo. Amigos que desde lejos me hacen sentir acompañada, amigos de pláticas superfluas y de mucha profundidad, amigos de verdad.

Tres departamentos fueron perfectos, no sé cuántos eran viables y un chingo eran el “peoresnada”. Rechazo tras rechazo y darme cuenta que los últimos años no son de a gratis, que esto es la vida real, y no es para nada fácil. Y de pronto todo se acomodó, se coordinaron las piezas faltantes y ya… lo logré.

Ser homeless un mes no fue fácil, pero tampoco fue el fin del mundo. Ser homeless un mes me hizo darme cuenta que así es esto, y ese fue sólo el primer bache. Y la satisfacción que siento hoy hace que quiera caer en muchos baches. Lo hice. Lo hice. Lo hice.

Ayer me mudé, todo el mismo día. Con un itinerario que me permitió lograrlo y me recuerda que ser organizada es de las cosas que más me enorgullecen. Córrele a la bodega, firma y saca tus cosas. Que las suban al camión (sí, en esta mudanza no cargué cajas, ¡A la chingada!) y vámonos al departamento. Ya llegó el aval, ya llegó el dueño, ya llegó la roomie. Ya no hay vuelta atrás. Esta es la llave de la calle, esta es la de la chapa de arriba, la de en medio no sirve y la de hasta abajo es para mayor seguridad. Huele a gas, voy a prender el bóiler. ¿Qué cuarto quieres? ¿Ya quedó todo? Córrele por el resto de tus cosas, y el gato.

Hay que limpiar el sillón, tiene pelos de gato. Subir las maletas al coche. Pon la dirección en el mapa. Vámonos. Sube las maletas. ¿Qué orientación tendrá el cuarto? ¿La cama pegada a la pared, o en medio? Ese foco tiene luz amarilla, a mí me gusta blanca.

“Gato, ¡tenemos casa, güey!”

Pero qué bonita se veía mi cama ya vestida con sus sábanas moradas y sus quinientas almohadas. Pero qué rico se sintió quedarme sola. Sola. Sin voces, ni si quiera la mía. Sin música ni ruido de tele. Silencio que me hizo darme cuenta que estoy sola, que lo hice, que me fui; y aquí estoy.

Hoy digo, valió la pena. Hoy sonrío como hace muchísimo no lo hacía, hoy ya no me tiembla el ojo izquierdo. Hoy digo bring it on! Hoy me quiero comer el mundo, hoy me lo como. Hoy todavía extraño a unos cuantos, ni tantos, la verdad; pero duele y duele mucho. Y no va a dejar de doler, y no voy a dejar de extrañar. Están quienes se atravesaron en mi camino y yo en el suyo, los que añoraré conforme pase el tiempo, los que se van a diluir, los que dejarán un recuerdo, que aunque lindo, efímero. Y están los que pesan, los que me hacen llorar, los que siguen presentes en mi andar, los que trascienden. Y ellos no se van, permanecen en el recuerdo y se cuelan en mi hoy y mi mañana; y son los que más duelen pero que también me sacan la más honesta carcajada.

 Hoy vivo en la Ciudad de México y me encanta. Hoy soy parte de algo que se mueve, que muevo y me mueve.