viernes, 27 de febrero de 2015

Otra vuelta al sol, tener veintitrés.

Tener veintitrés me dolió, tanto que no quiero que se me acaben. Hoy cumplo veinticuatro, hoy dejo la que fui, la loca de los veintitrés y que hoy pasa a ser alguien más en esta nueva vuelta al sol. 

Dejo atrás a la Ana Luisa impulsiva de veintitrés, ésa, la que hizo lo que quiso, y le costó. Ésa, la que lloró como nunca, y como nunca también, sonrió. Hoy la dejo, la dejo con sus recuerdos, con el amargo sabor del ayer, con todo lo que supo caber entre el último jueves de febrero del año pasado y la mañana de este viernes. La dejo con esa enorme carga de saber que antes desconocía, la dejo ya sin miedo a subirse a un puente, sin miedo a que la dejen, sin miedo a no saber qué hacer, sin miedo a pedir favores, a aceptarlos, sin miedo a caminar de noche, al metro y a dormir sola. La dejo porque ya sabe correr, porque ya sabe volar, y también sabe caer. Hoy dejo a la Ana Luisa de veintitrés, la que tuvo 5 trabajos y durmió bajo 8 techos entre ese jueves y este viernes. Hoy dejo a la Ana Luisa de veintitrés, la que aprendió a tener paciencia, la que bajó 11 kg en 3 meses y luego los recuperó en 2; la que tuvo el coraje de reestructurar su vida no una, sino dos veces, la que vivió la soledad, la que no comió en dos días y no paraba de llorar. Hoy le digo adiós a la que que se supo volver a armar, que encontró la manera de salir a pasear y disfrutar. 


Veintitrés años tenía cuando se sintió grandísima, libre, 50; y veintitrés también cuando cayó más abajo del suelo. Tener veintitrés fue algo que me marcó, de esas cosas que jamás olvidas, esas cincuenta y dos semanas que parecieron eternas, porque lo fueron. No olvidaré lo que aprendí, lo que sentí, todo lo que obligué a mi mente a pensar, a digerir y a olvidar. Un año lleno de primeras veces, de recuerdos nuevos, de experiencias nunca antes imaginadas. Un año de esos que te cambian, que te enseñan a trancazos, no con metáforas bonitas. Un año para toda la vida. También tuve veintitrés cuando me enamoré y ya con eso todo lo vale. Porque hoy, que escribo veinticuatro, sé que tener veintitrés no fue un mal capítulo, sino uno determinante, necesario y parte de esta sucesión de hechos, de estas siempre tan brillantes vueltas al sol.