sábado, 28 de julio de 2012

Caminar a ciegas


Y sí. A veces todavía tengo miedos, dudas, inseguridades que orillan hacia pensamientos tan negros que me resultan absurdos. Caminar en una repentina oscuridad sabiendo el camino exacto habiéndolo transitado cientos de veces; sin embargo aún sintiendo temor de haber tomado la senda equivocada y de no tener la posibilidad de prender la luz sólo para corroborar y seguir andando. Creo que de eso se trata la confianza, de andar con los ojos vendados con la absoluta certeza de que el camino recorrido lleva a nuestro destino, sin importar los obstáculos que sorpresivamente se nos vayan a presentar, sin si quiera detenerse a pensar en mirar atrás o palpar las paredes en busca de un interruptor. Es saber que pase lo que pase todo estará bien, que la dirección es la adecuada.

De cualquier manera, aún da miedo. No es tan fácil como cerrar los ojos y entregarte por completo al abismo. Al menos para mi no lo es. Y no es que haya vivido demasiadas decepciones o caídas, es simplemente que lucho contra ese deseo de protegerme a mí misma de lo que hay allá afuera. Sé que vale la pena, me he convencido de que así es , pero de cualquier manera me sigue aterrando el hecho de que todo salga mal; la sensación de fracasar luego de haberlo dado todo. Hay que tomar riesgos para recibir grandes recompensas, sí; pero no quiero perder. Creo que mi mayor temor es el saber que existe la posibilidad de que todo sea una ilusión creada por una mente deseosa de satisfacción, que la realidad no sea la misma que en mi cabeza. Me da miedo, terror, darme cuenta que esto podría no existir en la vida real como suelo decir muy en broma. El asunto es que esto no es ninguna broma. This is the real deal. O al menos eso es lo que me gusta creer. No quisiera un día despertar y percatarme de cómo idealicé una situación que objetivamente nunca fue lo que esperaba de ella. Tengo miedo de ser sólo yo aquí, sintiendo, pensando, temiendo. Ojalá fuese tan fácil como decir: let it be; y seguir mi vida sin detenerme a pensar en las consecuencias y resultados, en las expectativas y los sueños, en la realidad que me rodea y que probablemente sea muy distante a la que se encuentra dentro de mí. O a lo mejor estoy exagerando, quizá las cosas sí sean así de sencillas y lo único que tengo que hacer es dejarme llevar por las circunstancias, por mis sentimientos y el presente sin dedicar mayor tiempo ni desgaste hacia la predicción de un futuro incierto.

Tan sólo quiero una razón, un hecho, una acción que me demuestre que voy bien; no pido que enciendan las luces por una hora para analizar todos los detalles de mi trayectoria sino una pequeña y efímera llamita de que me permita ver cómo todo está en orden, una luz de bengala que no dure más de 10 segundos, suficientes para reafirmar mi camino y seguir adelante, esta vez con seguridad y sin temor alguno. compls ojos y entregarte por co,garte por co,ptor. es  si quiera detenerse a pensar en mirar atramino recorrido lleva a nuestro

domingo, 15 de julio de 2012

Amar a probaditas


Siempre tuve esas probaditas de amor. De manera que sí sabía de qué se estaba tratando; sin embargo nunca lo viví en primera persona. Estuve ahí y me di cuenta de todo el proceso del enamoramiento, sus fases, su evolución y su fin hasta caer en la rutina y el hastío. Pero nunca lo sentí. Quise convencerme de que sí lo hice, y hasta cierto punto a lo mejor efímero sí pude haber estado ahí. Pero fueron probaditas, nunca más. Pequeñas salpicadas de esa magia que acelera el corazón y te hace permanecer ahí, en espera de un día recibir la grandiosa recompensa a una vida de pacientemente conformarse con el mínimo. El resultado fue la construcción de una idea: el amor es eso, probaditas de perfección que se esfuman en el aire, volátiles, intangibles y pasajeras. Su frecuencia fue disminuyendo conforme aumentó el tiempo, el cansancio, la apatía y la distancia. Poco a poco esas probaditas se fueron transformando en un recuerdo vano y confuso, tanto que llegué a dudar de su existencia remota. ¿Qué tal que nunca pasó? ¿Qué tal que nunca lo sentí? el amor.

Y así como todo empezó un día se fue, sin mayor aviso ni precaución. Sin un letrero que le avisara a tu mente que el corazón se declaró en huelga, ya no está dispuesto a obligarse a sentir. No se vale. Si no es algo que se desea con el alma, ¿por qué insistir? Uno no puede forzar lo que no es. No podemos inventar algo que no está ahí. Engañar al corazón es imposible, es como hacerle creer al sol que está obligado a dotar de vida y calor a otro sistema, otra galaxia que carece de relevancia alguna.

Hasta que un día te quitan la venda de los ojos, la manta rojinegra de huelga que estaba ocultando al corazón desaparece. Abres el alma y la mente a una nueva posibilidad que va en contra de todos tus principios, aquellas verdades que dabas por absolutas de pronto resultan absurdas, amar no es tener acceso a esos instantes que te hacen seguir ahí, en ese camino previamente trazado para tu transitar. No. ¿Cómo por qué debería ser así? Amar es entregarse, dar un salto al vacío sin si quiera pensar en la caída, en el golpe; eso no existe en el amor. Se trata de vivir, de compartir, de arriesgarse sabiendo que no hay nada que perder y todo por ganar, ya has ganado, estás ahí. En ese punto en el que volteas hacia atrás sólo para darte cuenta de cuán vacía era tu vida antes de hoy. Amar es poder ver en una sola dirección. Y no es hacia delante, ni atrás sino a un lado para contemplar a esa persona que camina junto a ti sin importar el rumbo, quizá sin sentido alguno más que el de simplemente disfrutar el viaje, ese tan anhelado momento en el que dos senderos chocan y se convierten en un camino. Hoy me doy cuenta que amar es eso, un vuelco de dicha que regocija al corazón y le dota de fe y una infinita dosis de serenidad al saber que por fin ha encontrado una razón para seguir latiendo y nunca, nunca parar.