jueves, 30 de junio de 2011

Brincando charcos

No me gusta la lluvia. Ya llegué a esa conclusión. Hace frío, me mojo, está nublado todo el tiempo, hay truenos, mosquitos y arañas (muchas arañas). No, no me gusta la lluvia. Y pensar que tendré que sobrellevar esta situación por los próximos tres meses me deprime. 

A mi me gusta el sol, el calorcito. Salir a la terraza a leer sintiendo como la espalda se calienta con rayos que  traspasan mi ropa y se encargan de acariciar mi piel. Me gustan los preciosos atardeceres de Guadalajara; como a eso de las 8 de la noche el cielo se torna de mil colores y la ciudad adquiere una atmósfera de cuento de hadas, con un cielo de bombón y nubes de algodón de azúcar de feria (ese rosa fosforescente) que antojan salir a caminar sin rumbo, simplemente a admirar el irrepetible panorama. 

Aunque debo admitir que la lluvia me hace pensar en ti. Sé que te gusta, te pone de buenas y te hace feliz. Y eso, eso me hace feliz a mi. Creo que tendré que acostumbrarme a esto de vivir días grises. Bueno, algo lindo tendrán... Sólo es cosa que abra mi mente y me de cuenta de lo que me rodea; porque hay que hacerse a la idea, así será de ahora en adelante. Estos días grises pueden servir de time out. Toda mi vida relacioné a los días así con tiempo libre. Sí, porque eran en tiempos de huracanes cuando se presentaban, y no había clases, ni luz, ni amigos, ni sol ni nada, sólo tiempo, mucho tiempo. Y no es que ahora tenga precisamente mucho tiempo que desperdiciar, pero si algo recuerdo de aquella época era que en esas contadas ocasiones de penumbra era cuando me dedicaba a mí misma, a reflexionar,  valorar y decidir. Y si lo vemos de esa manera tengo tres meses de tranquilidad y reflexión.... Como que me empieza a parecer menos trágico. 

Debo asignarle un nuevo significado a estos días, ya no serán melancólicos y amargos; serán intelectuales y relajados. Sí, me parece muy bien. Ahora, a ponerlo en práctica durmiendo arrullada por las gotas que caen sobre mi ventana y el cantar de los grillos que lejos de evocar soledad me remiten a una orquesta de violines desafinados. 

jueves, 16 de junio de 2011

Simplificando lo complejo, quizá lo más complejo que hay.

Denso, muy denso. Pero si lo piensas un poquito más no lo es tanto; de hecho puede llegar a ser bastante sencillo. Amar es determinar tu vida con esa persona. Elegir compartir cada instante por insignificante que este parezca, ya que muchas veces son esos pequeños momentos los que más pueden llegar a acercar a las personas. Es despertar un día y darte cuenta que eres suficiente, no sólo para esa persona sino para ti mismo. Sentir que tu existencia tiene algún sentido, es ese reconocimiento gratificante al saber que influyes en la vida de alguien más, que trasciendes. Y es que, ¿qué es más trascendente que el amor? 

Amar es encontrar a esa persona a quien hasta el más pequeño detalle de tu vida le asombrará, amar es interesarse por algo más que uno mismo, interés real, honesto y altruista. Es desear la felicidad de alguien más, la propia y la que juntos compartirán. Amar son esas inmensas ganas de estar con esa persona cuando no se puede, es querer dejarlo todo por estar juntos. Amar es que nada más importe. Amar a alguien es compartir un pequeño planeta con ese ser tan importante, vivir ahí por siempre no necesitando nada más. Amar es tenerlo todo aún careciendo de tantas cosas, siempre y cuando no sea de si mismos. Amar es creer, amar es confiar, amar es liberar. 

Amar es tener esa certeza de que pase lo que pase, estén juntos o no; esa persona siempre tendrá un lugar en tu corazón, en tu vida, en ti. Simple y sencillamente porque de no haberse conocido, y amado, tu no serías quien hoy eres. 

Cuando amas a alguien, ves el mundo de diferente manera, es como si súbitamente tu percepción de la realidad se optimizara en un 200%; los colores brillan más, los aromas adquieren significados completamente distintos, las palabras, canciones e imágenes que conforman el mundo en el que vives te remiten a ese ser tan especial. Y esa experiencia, el verdadero amor, no se termina en un mes, ni en tres, ni en 50 años. El verdadero amor nunca muere, se alimenta de la esperanza y la fe de ambas partes. 

Sí, porque si tuviera que resumirlo en un enunciado, diría que amar es esperanza