viernes, 20 de mayo de 2011

Culminación de la vida que nace

Luz, cuánta luz. Una mañana distinta y al mismo tiempo convencional, igual a cualquier otra. Rutina, ah la rutina. Mateo realiza las mismas tareas de cada mañana de la misma metódica manera. Sin embargo, este día es distinto, ya se percibe un aroma peculiar en el aire al momento que Mateo maneja su Volkswagen modelo 83 camino a la oficina. Su cuerpo siente un cambio, se percata de que algo está mal, algo pasa. Café, llaves, maletín, almuerzo, abrigo y sombrero. Lo trae todo, no ha olvidado nada; trata de convencerse a sí mismo que todo está en orden, aun así la inquietud sigue presente pero se disipa al arribar a una de las avenidas más transitadas de la ciudad de Nueva York. 

La vida es algo fugaz y efímero, si no se percata uno de que se está viviendo probablemente se termine de pronto y sin previo aviso. Así le sucede a Mateo en este tan normal día, pero él aún no se da cuenta de ello. 

Hoy Mateo se encuentra de mejor humor de lo normal, ingresa al edificio saludando a quien se tope y con una sonrisa que delata su inusual felicidad. Diecisiete pisos que generalmente sube en el elevador que comparte con otros siete u ocho sujetos, siempre sin hablar, siempre sin sonreír. Hoy asciende hasta su oficina en el piso diecisiete de una manera inusitada, utilizando las escaleras. Convencionales, siempre tan comunes, tanto que nunca había pisado si quiera el primer escalón.  Pero hoy es un día distinto, Mateo lo está haciendo todo de una manera que la noche anterior nunca hubiera imaginado, es como si durante la noche se hubiera convertido en una persona nueva sin si quiera darse cuenta de ello. Cuántos años trabajando en el mismo sitio, realizando los mismos actos día tras día sin el más mínimo cambio. Una vida sin sentido, cumpliendo lo que todos esperan de él, pero sin tener idea qué es lo que él espera de sí mismo. 47 años de una vida desperdiciada, de días que comienzan y terminan sin mayor importancia. Es miércoles, un día común y corriente pero que de alguna manera ha cambiado la perspectiva desde la cual este hombre ve el mundo, vive el mundo y se vive a sí mismo. No sucede nada específico que haya provocado este cambio, pero sucede y eso es lo que importa.

Feliz, inmensamente feliz, así es como se siente Mateo al subir los escalones del piso número 12. Sus pantorrillas arden a raíz del esfuerzo físico que está realizando, su corazón palpita a un ritmo más acelerado de lo normal, pero aunque su cuerpo está agotado, él no lo siente. No es capaz de sentir nada más que esa profunda felicidad que inunda su alma, que le hace sentir que su vida ha comenzado a tener sentido, que lo que ha hecho a lo largo de los años es por una razón y que no merece vivir de la miserable manera en que lo hace. Piso 16. Ya casi llega. Pero, ¿a dónde llega? A la oficina, eso es evidente, pero ahora que su existencia ha adquirido un nuevo sentido, ¿verdaderamente debería estar ahí? Mateo se da cuenta que no pertenece en ese sitio, que de hecho no pertenece a ningún lugar en el que haya estado a lo largo de toda su vida. Súbitamente su vida ha cobrado sentido, sin embargo al mismo tiempo pierde toda noción de realidad.

Al encontrarse con la puerta que al abrirse daría paso al piso diecisiete Mateo se detiene, sabe que al momento que cruce ese umbral su vida cambiará, de pronto cobra consciencia de que su vida terminará en cualquier instante. Le quedan unos cuantos segundos, quizás un minuto más de existencia en este mundo, en esta realidad que apenas hace algunas horas ha adquirido un sentido. Toma la manija de la puerta, un profundo suspiro, un beso mental a su amada esposa, a sus hijas y a sí mismo, a ese Mateo que está a punto de desaparecer, de fugarse de la vida, del mundo y de todo lo que ha conocido. Se abre la puerta, entra una fortísima ráfaga de viento cálido, y luego, el abismo.

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