lunes, 11 de mayo de 2015

Fricciones

El roce duele, duele porque trasciende. 

Cada vez que nos dejamos tocar por alguien no sólo les permitimos el contacto con nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestras ideas y sentir; les otorgamos permiso a tocar nuestra historia.

Un intercambio de piezas que no embonan, que chocan mas no empatan; que se tocan, se golpean, se sienten.

En cada historia hay fricciones; pequeños o grandes roces con quien hoy es pequeño cuando un día fue grande. Pasa el tiempo, aún quema la piel, aún siente el recuerdo. Historias que calan, que enseñaron con golpes, caricias y el roce más ligero. Contacto con quien deposita algo de sí en tu esencia a cambio de robar un fragmento de ella

Es difícil comprender que también hay toques intrascendentes. Caricias que te enseñan a sentir, mas no a tocar. Dejar ir, arrancarse de la piel los días, las semanas; los besos, las miradas. Palabras que hieren y enamoran, ideas que se anclan y arman casa en tu memoria. 

Nombrar mis fricciones es fácil, tienen ficha técnica, fecha de inicio y de terminación. Pero no todo acaba cuando termina. Fricciones que trascienden en la esencia; que cambian el modo en que reaccionas a un gesto amable, a una palabra, a una idea. Fricciones que te hacen vibrar ante la proximidad, fricciones que te enseñan la verdadera intimidad. La misma piel que añora el roce, un día te hizo darle entrada, te hizo querer ser tocada. Desear el contacto, propiciar la fricción; alterar el recuerdo y revivir el ayer para no modificar el hoy. 

Y todo permanece, nada se borra, nada se olvida. El toque ahí está, el cuerpo tiene memoria. La piel reproduce el espasmo, pero es la mente quien anhela, quien se aferra al roce. Todo cambia, y el cambio diluye. Fricciones que nos enseñaron a vivir, a doler con ardor, a recordar con caricias. 

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