sábado, 13 de abril de 2013

Iris


Ventajoso que resulta el poder rebobinar el pasado aunque sea por un instante, al observar el incandescente reflejo de una estrella que desde años atrás susurra al oído de aquél astronauta lo maravilloso que es poder, a través de esas gafas, observar lo que fue y quedó encriptado, oculto tras una gruesa capa de olvido. Como el denso polvo que cubre el trofeo en forma de raqueta, ése que ganó de manera fortuita un pequeño niño de mirada burbujeante que solía saltar en un solo pie por cuadras enteras en la noche, cuando nadie le oía salir por la puerta de la cocina de su casa, sin importarle haber caído mil veces al punto de lastimar cada centímetro de su cuerpo por no poseer esa capacidad que muchos pasamos por alto, el poder ver, más allá de nuestros significados, simplemente verse las propias manos. ¿Ver una estrella? Un deseo que solo puede cumplirse mediante el recursivo acto de presionar fuertemente las palmas de las manos en los párpados cerrados. 

No hay comentarios: