jueves, 4 de abril de 2013

Teñir de amarillo al recuerdo


Abril yo siempre lo vi amarillo, no sé si sea al asociar las palabras o porque en verdad así es. Amarillas las flores, amarillo el sol y el ánimo. ¿Hace cuántos abriles que estoy aquí? Pareciera que ya han pasado diez años; y sin embargo no, o a lo mejor sí y yo no lo veo, perdí noción.

Recuerdo las flores en la universidad, las deliciosas brisas de un aire fresco que revitaliza mi sentir. Abril con sus cielos tan azules infestados por una plaga de nubes que de tan blancas, te incitan a tomar un baño con agua fría y recostarte sobre ellas. Abril en el que se me antoja un mango, as, ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽arte sobre ellas. Abril en el que se me antoja un mango, asn blancas, te incitan a tomar un baño con agua frtuciones qí solito, sin chile, limón ni sal.

Abril de Tapalpa, mentiras piadosas, sonrisas coquetas y minifaldas. Abril de cantar Arjona a todo pulmón en un convertible rojo; abril de quedarme en el jardín mil horas en una plática superflua mientras los mosquitos me devoran a besos, de esos que duelen un poco.

De sentarme en el alféizar de la ventana de un segundo piso a pintarme las uñas de los pies, de llorar por miedo a tomar la decisión equivocada; de querer ir a la playa; de tomarme una taza de café viendo a la gente que existe detrás del cristal.

Abriles que en sus treinta días condensan tanto, que deleitan con la algarabía de ser la antesala al verano. Abril del cambio de horario, de que el reloj una noche fresca e impulsiva nos robe una hora y que no nos importe, porque a final de cuentas abril no es más que uno de doce; y el tiempo a mí me gustaría que me valiera madre. 

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