martes, 8 de febrero de 2011

Palabras intencionadas

La verdad es que siempre he tenido una cierta afición por traducir mis pensamientos en palabras, mismas que al entretejerse se convierten en enunciados que como conjunto resultan ya sea en un texto o en una larga y acalorada conversación. Y es que siempre tengo algo que decir. Una anécdota, opinión, reflexión y una que otra idea loca. El punto es no quedarme callada, y eso me sale muy bien.

Cuando iba en secundaria, una maestra del colegio me dijo, -Es que a ti no te para la boca, tienes "diarrea verbal". Cabe decir que en su momento me ofendí por el comentario, ya que no era precisamente un cumplido; pero es la verdad y no debería sentirme mal por ello. ¿Tengo diarrea verbal? Sí, ¿y qué?

Y lo que es irónico es que todo lo que digo, es tan solo el 50% de lo que estoy pensando o sintiendo. Porque con el paso del tiempo he aprendido a utilizar algo llamado prudencia (aún no soy una experta en la materia). A veces quisiera que todo fuera más fácil, poder decir todas y cada una de las ideas que transitan por el torrente de mi mente. No quedarme con las ganas de decir nada. Que no hubiera consecuencias, que lo que otros opinaran de mi propia opinión no tuviera significado en mi. Pero no es así, y para eso tiene que haber una razón. Uno no puede simplemente escribir por escribir, hablar por hablar. Tiene que generarse una respuesta a todo lo que decimos. Si no, ¿Qué caso tendría?.


Hablamos, hablamos y hablamos. Todo el mundo habla, todos tenemos algo que decir. Una postura que defender, una queja, una crítica, una felicitación, opinión, lo que sea. Si algo sobra en este mundo son las palabras. Lo que falta son personas que escuchen. Estamos tan absortos en nuestros propios pensamientos que nos olvidamos que formamos parte de un todo. Un todo que requiere de la acción colectiva para funcionar.

Pero a nadie le importa, vivimos pensando en nuestro propio bienestar y nos disponemos a obviar lo que sucede alrededor. Mientras no nos afecte directamente, no importa. El problema es que todo afecta directamente. Aunque la situación de otros o de nuestro propio mundo parezca aislada a nuestras vidas no es así. Todo repercute de una u otra manera y en diferentes escalas; pero repercute.

Es por esto que no podemos dejar de hablar. No sirve de nada quedarse callados. Quizá con ello evitemos conflictos, prejuicios y críticas; pero en un plano más amplio, el que calla permite. Permite que las cosas sigan igual, que nada mejore, que no exista un progreso y que las metas sigan incumplidas. El silencio solamente genera más silencio, y lo que se requiere es ruido, disturbios, escándalo, manifestaciones, discursos, ideas, discusiones.

Hace falta gente que hable y gente que escuche. Porque las voces en silencio no son nada y los oídos sordos solo crean confusión.

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